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La Tapia del Manicomio

El miedo guarda(ba) la viña

galeotesA muchos miembros de la clase de tropa se nos pusieron los ojos como platos el día en que cayó el muro de Berlín. ¡Desgraciados nosotros y más desgraciados por habernos hecho ilusiones! Desde entonces la cuesta abajo no ha hecho sino empinarse más cada día que pasa, sin esperanza de que venga siquiera un “falso llano”. Y nosotros, ilusos, creímos que la tal caída era la consolidación de la democracia en Europa. Y encima hemos tardado catorce años en darnos cuenta de sus consecuencias. Por eso hemos apostillado el viejo adagio de que el miedo guarda la viña. Se acabó la Unión Soviética y se acabaron las lentejas. Los más conspicuos capitalistas vieron definitivamente despejado el camino hacia el absoluto dominio de todas las riquezas, al verse liberados de unos contrarios que no eran tan grandes enemigos como aparentaban. Aplicaron el sabio refrán castellano “ancha es Castilla” y lo cambiaron por “delenda est la clase proletaria”. Y de paso el estado del bienestar, que era el caramelo que se habían inventado para meter la burra de canto al personal en general y que se estuvieran callaicos con su televisor de plasma, su apartamento en la playa y su jubilación (junto con sus múltiples deudas, claro).

Qué razón tenía don Carlos, Marx por supuesto, cuando hablaba del ejército de reserva. Lo mejor del capitalismo es que siempre podría mantener ese “ejercito de reserva” de hambrientos parados. ¿Cómo han conseguido aumentar ese ejército de manera tan desaforada? Por varios caminos: la hueste más numerosa procede de la incorporación de todas las mujeres al mercado de trabajo, con la consiguiente duplicación de los posibles asalariados. El caso es que es muy justo el derecho de las mujeres, aunque ha sido tan rápido –desde la 2ª Guerra Mundial- que ha producido la situación actual. Que el aumento de la oferta de cualquier factor o producto lleva a la reducción de su precio, se sabe desde siglos antes de que se inventara la Economía. Hay que añadir la deslocalización de las industrias europeas, el fomento de la emigración y la tecnificación de la producción. El conjunto de estos hechos ha conseguido que el trabajo sea un bien más codiciado que la salud, cuando en tiempos pasados se decía que era un castigo divino. Antes ansiábamos el ocio y ahora suspiramos por que nos explote la plutocracia mundial (ahora llamada global).

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