¡Que viene el Zika!

Más de uno, al leer el titular, se habrá preguntado: ¿Que viene el qué? Nosotros también lo ignorábamos y tuvimos que investigar a fondo, o sea, pinchar el Google. Y hemos descubierto que el Zika es un virus. Cabe deducir que como cada vez hay más médicos y tocan a menos enfermos por cabeza, con la consiguiente reducción de sus haberes, hay que encontrar una enfermedad nueva de vez en cuando. Ahora están de moda los virus, como antes lo estuvieron las miasmas, “la” reúma o, más modernamente, los nervios en el estómago a los que se les achacaban desde la úlcera hasta el colon irritable. O sea, que cuando un paciente enfermaba de algo que no era evidente, el diagnóstico era que se trataba de un virus. A fuerza de nombrarlos y sobarlos, alguno que otro se va descubriendo. Hace treinta años que se descubrió el del sida y a partir de entonces ha sido un no parar. El del ébola o el del Zika son los que más guerra están dando en estos años, pero no dudamos de que serán legión pronto.

El caso es que hay que morirse. Y de algo ha de ser. Hasta hace cincuenta años lo que mataba a la humanidad eran las bacterias y/o bacilos (que han resultado ser lo mismo), aunque no nos enteramos de su actividad asesina hasta que fueron observadas al microscopio en el siglo XIX. Antes, durante milenios, la culpa era de las miasmas, como ya hemos apuntado más arriba. Vencidas las bacterias por los antibióticos, quedó el cáncer como asesino principal, y ahora surgen los virus que no tienen enemigo potente de momento. Lo que pasa es que en estos años, los virus no son los únicos responsables de la regulación natural de la especie. Ahí tenemos otros inventos modernos como el citado cáncer, el colesterol o el estrés. Nótese la rara astucia de la naturaleza que cuando la humanidad acaba cogiéndole el berimbol a una enfermedad, siempre hay en el banquillo una serie de suplentes listos para entrar en liza. Y como cada vez somos más criaturas y, repetimos, hay más médicos, el nuevo filón de trabajo ha de ser variado para que no les falten los bastimentos a los seguidores de Asclepio. Además, el descubrimiento de nuevas enfermedades estimula la investigación y la invención de remedios. Algunos, señeros, han quedado para siempre: la aspirina y el bicarbonato, imbatibles por muchas alternativas que salgan.